Si crees que los has entendido,…no has entendido nada.
El diamante y el guijarro.
Al regresar el maestro de Zen a la sala de estudio, encontró a uno de sus alumnos en profunda meditación. Al oír el ruido de los pasos del maestro, el alumno abrió los ojos, a lo que el maestro le preguntó ¿Qué es lo que haces? "Practico Zazen para alcanzar el satori" respondió el alumno. Diciendo esto cerró los ojos para continuar su meditación. Momentos después su meditación fue nuevamente interrumpida por el sonido áspero de dos objetos al tallarse, intrigado volvió a abrir los ojos para ver que ocasionaba ese ruido. Junto a él estaba sentado su maestro quien había tomado un pequeño guijarro el cual tallaba frenéticamente en el suelo, lo miraba detenidamente por unos segundos y regresaba a su labor de pulirlo. ¿Qué haces Maestro? Pregunto el alumno. "Estoy puliendo este guijarro para convertirlo en un diamante" le contestó.
La técnica secreta.
Cierto día, el discípulo más avanzado de un gran maestro de artes marciales se le acercó diciéndole "Maestro, por favor enséñame las técnicas secretas de tu arte", a lo que el maestro estuvo de acuerdo, pero le pidió que siguiera practicando un poco más antes de empezar a estudiar las técnicas secretas. Un año después el discípulo volvió a solicitar lo mismo, el maestro nuevamente respondió "Necesito que practiques un poco más". Y así continuaron, el discípulo pidiendo y el maestro contestando que practicara un poco más. Muchos años después, el maestro llamó a su discípulo y le pregunto "¿Ya estas listo para conocer las técnicas secretas?" Después de un segundo de meditación, el discípulo tan solo contestó "Muchas gracias Maestro". Sonriendo, el maestro lo vio regresar al salón de práctica.
La espada invencible.
Existió en Japón un maestro de espada del que se decía era invencible gracias a la espada mágica que poseía. Cierto día llamó a los 10 alumnos más avanzados de su escuela para comunicarles que heredaría en vida su espada invencible aquel que con mayor maestría dominara su arte. Con el objetivo en mente de poseer la espada invencible, el pequeño grupo de alumnos se dedicó en cuerpo y alma a su entrenamiento. Muchos años después, el maestro llamó a solas al primero de sus discípulos que alcanzó la maestría para decirle "Cumpliendo mi promesa, como ya dominas a la perfección el arte, la espada mágica es tuya". El maestro tomó la espada de su cintura, y con una reverencia se la pasó a su discípulo. Después de tenerla unos segundos en sus manos, el discípulo dio las gracias y haciendo una profunda reverencia devolvió la espada a su maestro, regresando a su práctica. Uno a uno, los nueve discípulos restantes siguieron el mismo camino.
El cortador de piedra.
Se cuenta que Sócrates se encontró con un trabajador al que cuestionó: ¿qué haces buen hombre? "No ves que estoy picando una piedra para ganarme mi salario y así poder comer" le respondió el trabajador. Siguió su camino y más adelante se encontró a otro trabajador cuestionándolo de igual forma que al anterior, éste respondió "Estoy levantando una pared", continuó Sócrates su camino encontrando a un tercer trabajador, cuestionándolo igualmente, la respuesta que recibió fue "Estoy construyendo un hermoso palacio"
Ensayo.
Un cantante de baladas dramáticas estudiaba bajo la tutela de un maestro muy estricto, quien le insistía que ensayara día tras día, mes tras mes, el mismo pasaje de la misma canción, sin permitirle ir más adelante. Finalmente, agobiado por la frustración y la desesperanza de no poder avanzar, el joven abandonó el canto para tomar otra profesión. Una noche, al detenerse en una posada, se encontró con un concurso de canto. No teniendo nada que perder, entró en la competición y, por supuesto, cantó el único pasaje que conocía. Al finalizar, el patrocinador del concurso alabó profusamente su interpretación. A pesar de las objeciones avergonzadas del joven, el patrocinador se negaba a creer que hubiera oído la interpretación de un principiante. "Dime" preguntó el patrocinador "¿Quién te enseño a cantar así? Debe ser un gran maestro." El muchacho pronto se convirtió en un cantante de gran renombre.
La espada de Banzo.
Matajuro Yagyu fue el hijo de un famoso espadachín. Su padre, creyendo que las habilidades de su hijo eran mediocres para poder alcanzar la maestría de la espada, lo desheredó y lo echo de casa.
Matajuro se fue a la montaña Futara en busca del famoso espadachín Banzo para estudiar bajo su tutela y así poder recuperar su posición familiar. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre. “¿Quieres aprender el arte de la espada bajo mi guía?” Preguntó Banzo. “Creo que no alcanzas los requisitos”
“Pero si trabajo duro, ¿Cuantos años me llevará convertirme en un maestro?” Persistió el joven. “El resto de tu vida” contesto Banzo.
“No puedo esperar tanto tiempo” explicó Matajuro. “Estoy dispuesto a pasar por lo que sea con tal de que me enseñes. Si me convierto en su más devoto sirviente, ¿Cuanto tiempo me llevará?”
“Oh, a lo mejor 10 años”
“Mi padre está haciéndose viejo y pronto tendré que cuidarlo” continuó Matajuro “Si trabajo más intensamente, entonces cuanto tiempo me llevaría.”
“Oh, a lo mejor 30 años” dijo Banzo.
“¿Cómo es esto? Pregunto Matajuro “Primero me dices que diez y ahora que treinta años, ¡Haré cualquier cosa con tal de acortar este tiempo!”
“Bueno” dijo Banzo “en ese caso tendrás que permanecer conmigo al menos 70 años. Un hombre con tanta prisa para obtener resultados como tú, rara vez aprende rápidamente.”
“Muy bien,” declaró el joven, comprendiendo finalmente que estaba siendo rechazado por impaciente, “Estoy de acuerdo.” Banzo le pidió que nunca hablara ni preguntara sobre el arte y que nunca tocara una espada.
Así, Matajuro cocino para su maestro, lavó sus ropas, hizo su cama, limpio su patio, cuido de su jardín, todo sin una palabra acerca de lo que más le interesaba en la vida.
Pasaron tres años y Matajuro aun seguía trabajando para su maestro con la mayor devoción, pero al pensar en su futuro se ponía triste ya que no había empezado aun a aprender el arte al cual había decidido dedicar su vida.
Pero cierto día, apareciendo Banzo detrás de él, le dio un golpe terrible con una espada de madera, desapareciendo tan rápido como había aparecido. Y al siguiente día, mientras Matajuro estaba cocinando arroz, Banzo saltó de nuevo sobre él inesperadamente.
Esta escena comenzó a repetirse día y noche, por lo que Matajuro tenía que defenderse continuamente de estos golpes inesperados. No pasaba ni un momento del día en que no tuviera que pensar en esquivar la espada de Banzo.
Aprendía tan rápidamente que su maestro sonreía al verlo. Con el tiempo, Matajuro se convirtió en el mejor espadachín de la tierra.
Las cuatro moscas.
Un samurai se encontraba comiendo tranquilamente su sopa en un pequeño mesón, ignorando cuatro moscas que se mantenían zumbando a su derredor. Cuando tres ronin entraron, vieron con envidia las dos magníficas espadas que el hombre tenía sujetas a la cintura, pues esas armas representaban una pequeña fortuna. Una mirada de inmensa satisfacción se reflejo en sus caras; el hombre parecía estar indefenso y solo contra tres.
Sentándose cerca de su mesa, los tres empezaron a burlarse de él a grandes voces con la esperanza de provocarlo en duelo. Como el hombre permanecía completamente indiferente a ellos, empezaron a ser más y más sarcásticos. Pero de repente, levantando lentamente los palillos con los que había estado comiendo su arroz, el samurai, sin esfuerzo aparente, cogió cada una de las cuatro moscas en cuatro rápidos y precisos movimientos, después de lo cual bajo delicadamente los palillos, todo esto sin apenas mirar a los tres rufianes. Un pesado silencio cayó en el pequeño cuarto, los tres ronin se miraron unos a otros, comprendiendo que ante ellos se encontraba un hombre de maestría formidable. Aterrorizados los tres huyeron.
Mucho tiempo después, supieron que ese hombre que tan astutamente los evitó se llamaba Miyamoto Musashi.....
El maestro y sus tres hijos.
Hubo una vez un gran maestro de kenjutsu reconocido a lo largo de todo el Japón, el cual, al ser visitado por otro gran maestro, quiso demostrar las enseñanzas que había dado a sus tres hijos.
El maestro le guiño a su visitante y puso una pesada vasija de metal en la esquina de una puerta deslizante, colocando ésta de tal forma, que cayera en la cabeza de la primera persona que entrara al cuarto cuando la puerta fuera abierta.
Mientras hablaban y tomaban el té, el maestro llamó al mayor de sus hijos quien vino inmediatamente. Antes de abrir la puerta, el hijo sintió la presencia de la vasija y su posición. Deslizó la puerta, metió su mano izquierda a través de la apertura, y continuó abriendo la puerta con su mano derecha. Entonces, sujetando la vasija en su caída, entró al cuarto, cerró la puerta detrás de él y colocó la vasija en su lugar; avanzó y saludó a los dos maestros. "Este es mi hijo mayor", dijo el anfitrión sonriendo, "él ha aprendido muy bien mis enseñanzas y algún día será indudablemente un gran maestro de kenjutsu".
El segundo hijo fue llamado, entró al cuarto sin dudar y solo agarró la vasija en el último momento cuando ésta casi golpeaba su cabeza. "Este es mi segundo hijo", dijo el maestro, "aún tiene mucho que aprender, pero está mejorando día a día”.
Llamó a su tercer hijo, el cual entrando al cuarto apresuradamente, fue golpeado en la cabeza por la vasija,. El golpe fue muy fuerte, pero antes de que la vasija golpeara el tatami, sacó su espada y, de un rápido movimiento cortó la pieza de metal en dos. "Este es Jiro, mi hijo más joven", dijo el anciano, "es el pequeño de la familia y aún tiene un largo camino por recorrer".
El maestro de té y el ronin.
Un maestro de chado (el Camino de la Ceremonia), Tajima Kozo, fue retado a duelo por un ronin sin escrúpulos, quien estaba seguro de poder ganar muy fácilmente. Como no pudo rehuir el reto sin perder su honor, el maestro se preparó a morir.
Para esto llamó a un maestro de kenjutsu y le pidió que le enseñara como morir con honor. "Tu intención es muy loable", dijo el experto "y tendré mucho gusto en ayudarte, pero antes, sírveme por favor una taza de té". Tajima, gustoso de tener la oportunidad de practicar sus habilidades, probablemente por última vez, estuvo totalmente absorto en la ceremonia de preparación del té, olvidando lo que le aguardaba. El experto, profundamente impresionado por el grado de serenidad de ese momento solemne, le dijo: "No hay necesidad de que te enseñe como morir, tu concentración es tan grande que puedes permitirte enfrentar a cualquier maestro de espada. Cuando te enfrentes al ronin, imagina que estás a punto de servir el té a un invitado. Salúdalo con cortesía. Quítate tu manto, dóblalo cuidadosamente y pon tu abanico encima de él, exactamente como lo has hecho. Toma tu katana y levántala por encima de tu cabeza, preparada para golpear cuando tu oponente ataque. Concéntrate solamente en esta acción".
Tajima se lo agradeció y fue al lugar de la cita para el duelo. Siguiendo el consejo del experto, estuvo totalmente absorto en sí mismo, pensando que estaba a punto de servir el té a un amigo. Cuando levanto su espada por encima de su cabeza, el ronin sintió que frente a él se encontraba un sujeto completamente diferente; no pudo ver la forma de rodearlo; Tajima le pareció tan sólido como una roca, sin miedos ni debilidades.
El ronin, desmoralizado por este comportamiento, tiró su katana y postrándose ante Tajima, humildemente pidió perdón por su inefable conducta.
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